Sonia Montaño Virreira
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No quiero imaginar el sufrimiento, el dolor, la rabia y la indignación de María Heredia, la alcaldesa de Sipe Sipe, a quien la tuvieron dos días y una noche “sin tomar agua, sin comer, sin nada. Me han prohibido todo, hasta ir al baño. Me han dicho: ‘Que orine ahí, que se haga todo, luego que se lo tome y se lo coma’”, todo por el delito -como dice ella- de entrar en la vida política. No es la única, ella sobrevivió para contarlo.
En 2016 la concejala del municipio de Viacha Herminia Mamani (MAS) denunció acoso político (presunto) por parte del diputado suspendido de su partido Rubén Chambi, falleció sin que se esclarezca la posible participación del sindicado como responsable del accidente de tránsito que derivó en su muerte. Mamani fue atropellada en febrero de ese año y entonces, desde la cama de un hospital, acusó a Chambi de ser el autor de las heridas que presentaba.
Entre los casos emblemáticos de acoso político está el de la concejala de San Pedro de Curahuara, Vicencia Apaza, que se compró una moto para llegar a tiempo a las sesiones, de las que no le avisaban como represalia por fiscalizar al Concejo.
Desde 2010 se han registrado más de 500 denuncias de acoso político, todas llenas de horror y hasta ahora no existen sentencias, los casos van en aumento a pesar del silencio de muchas afectadas y de la impunidad que caracteriza el abuso al interior de los partidos políticos.
La concejala potosina Azucena Fuertes sólo ayer denunció los ataques que sufre recordando que el concepto de violencia y acoso contra las mujeres no se reduce a los ataques físicos, sino que contempla también el agobio permanente al que pueden ser sometidas. La suma de desinformación, chantajes con la vida privada, extorsión ya no son nada al lado de las prácticas estilo Cosa Nostra que rigen habitualmente. Da vergüenza ajena cada vez que Bolivia aparece en el primer lugar de la paridad en la representación política o como pionera en la legislación contra el acoso. Juana Quispe Apaza tuvo que morir por asfixia en 2012, luego de una serie de presiones y amenazas políticas que dieron origen a la ley que hoy se ignora.
Pienso en María Nela Prada, la recién posesionada Ministra la Presidencia, que sorprendió gratamente diciendo que su gestión debe incluir el compromiso con “Ni una menos”, la campaña más ineficaz -por la falta de resultados- en reducir la violencia contra las mujeres, y me pregunto si sentirá el peso del compromiso asumido ante la gravedad de la “acción directa” a la que nos tienen acostumbrados los mal llamados movimientos sociales. Esa mezcla maligna entre movimientismo y masismo que caracteriza la cultura política nacional, hace difícil que tomemos en serio los rostros amables que acompañan al gobierno.
Mientras tanto, la retórica del vicepresidente Choquehuanca provoca más lágrimas que la violencia contra las mujeres. No poca gente ha querido leer en las arrugas de su abuela un mundo de buenas intenciones, que día que pasa da paso a la otra cara del gobierno y de la sociedad indolente en que nos hemos transformado, pone su cuota el Ministro de Justicia, que destacó su formación de respeto al Estado de Derecho en un programa de radio, mientras en ese mismo instante cambiaba el color de la injusticia y el abuso. Nos dormimos creyendo que hay esperanza y despertamos al día siguiente como los monstruos que somos. Vivimos entre los miedos y los abusos de los que el machismo y el patriarcado son parte constitutiva y no debieran ser minimizados por quienes creen que lo de Sipe Sipe “no es sólo” otro caso de “crueldad machista y patriarcal”. Es principalmente eso y nos muestra que funda las relaciones sociales hasta de los pachamamistas.
A contrapelo del reconocimiento de los derechos humanos, la sociedad boliviana ha invisibilizado los crímenes, ocultos por la naturalización del carnaval permanente en que circulan los rostros múltiples de la crueldad, oscureciendo los cada vez menos frecuentes actos de justicia o solidaridad. Los rostros de la política no se arrugan ante el acoso que sufren las mujeres y la sociedad, o lo que queda de ella, frunce la nariz o dice como lo leí en las redes: si la alcaldesa de Sipe Sipe no decía que no había plata para el desayuno “nada de esto habría sucedido”. Su locuacidad equivalió a mostrar las piernas, un delito mayor a participar en política.
Sonia Montaño Virreira es socióloga.
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